Es esperable que una confinamiento como éste afecte a nuestras emociones y a nuestro bienestar psicológico. Esta amenaza, hasta ahora desconocida, funciona como estímulo para activar el estado de alerta que nos permitirá hacerle frente. Aunque esto es un mecanismo adaptativo que ha permitido que sobrevivamos y evolucionemos como especie desde hace cientos de miles de años, también puede ser que, en ocasiones, provoque sensaciones y estados difíciles de sobrellevar.
Algunas de las emociones desagradables que podemos experimentar en esta situación son:
- Miedo: a enfermar, a padecer consecuencias físicas, a sufrir, y, por supuesto, a morir. Puede estar orientado a uno mismo o a familiares y personas cercanas.
- Frustración: como sensación de verse impedido para hacer lo que uno quiere, de pérdida de libertad, obstaculizado por las condiciones u obligado a dejar de lado proyectos y objetivos.
- Rabia: al interpretar esta situación como una injusticia, buscando culpables y facilitando la aparición, a modo de reacción, de conductas irresponsables que pueden provocar conflictos con nuestro entorno.
- Contradicción: en el sentido de pensamientos y emociones opuestas, como por ejemplo, sentir alivio por estar en casa, y a la vez, emociones como rabia, frustracion o preocupaciones.
- Desorganización: con la ruptura de las rutinas que estructuraban y ordenaban nuestro día a día se puede desarrollar una sensación de desorden y caos, de falta de referentes y de pérdida de control.
- Apatía: debido a la falta de estímulos y a la sensación de que se está viviendo en bucle un mismo día que se repite una y otra vez. Se puede traducir en dudas, indecisiones, pereza, hastío, aburrimiento, inactividad, dejadez, falta de iniciativa y de motivación.
- Tristeza: por verse involucrado en una situación difícil, dolorosa y que nadie ha elegido. Se puede caer en el abatimiento, en la desesperanza, en la indefensión, en la idea de sentirse totalmente sobrepasado, impotente o considerarse víctima de las circunstancias.
- Soledad: como consecuencia directa del confinamiento, sobre todo en auquellos que viven solos, que se han visto separados de seres queridos, que en su vida habitual no han establecido una red social amplia, o que los lazos de vinculación con los demás no son lo suficientemente fuertes. Además, puede aparecer la preocupación por no tener claro a quien pedir ayuda en caso de emergencia.
- Aislamiento: romper de esta manera con las rutinas habituales, y con las dinámicas que construyen nuestra sociedad, puede generar sensaciones de reclusión y la idea de haber sido apartado y alejado del resto de personas.
- Ansiedad: producto de la incertidumbre que esta situación genera. El no tener claro hacia dónde nos dirigimos puede convertirse en nuestro peor enemigo. Se han roto las hojas de ruta de nuestros objetivos vitales, tanto profesionales como personales. Ahora mismo hay demasiadas dudas como para volverlos a marcar. No se pueden establecer nuevos rumbos que nos lleven hasta donde queremos estar. Todo ha quedado en pausa supeditado a la mera supervivencia de nuestra sociedad. No hay garantías suficientes a las que aferrarse para creer que nuestro estilo de vida, tanto colectivo como individual, saldrá intacto de este golpe. Quien más y quien menos verá su vida afectada de alguna manera, ya sea de forma directa o indirecta. Las consecuencias de cualquier tipo son difíciles de prever. Esta sociedad basada en el control y la seguridad se desmorona (otra vez) y eso es algo que no solemos llevar muy bien.
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Toni Mateo
inpside | Psicólogo en Barcelona – Horta
